domingo, 20 de septiembre de 2009

RELATO CORTO

 RODRÍGUEZ por Elliot E..

   He soñado con ella. Otra vez. Llamaba a la puerta. Yo abría. me la encontraba con una cortísima bata semitransparente. Mirándome con sus ojos (inocentes como el desnudo de un niño y perversos como la lujuria misma a un tiempo) de veinteañera. me pedía "por favor" un poco de sal gorda. Unos oscuros pezones erguidos me señalaban desde sus pechos, y bajo la tela de pijama de raso rojo, era otra cosa la que se ponía gorda.
(Odio el color rojo. La sangre me marea; la sola vista de un plato de sopa de tomate me produce náuseas y hasta soy, ideológimanete de "derechas". estoy seguro de que esa aversión mía contribuyó decisivamente a que Eugenia lo eligiera para regalármelo en mi cumpleaños.
   Eugenia es mi esposa desde hace treintaydos largos años. "Lo puedes cambiar si quieres!!", exclamó dirigiéndome su habitual mirada perdonavidas. No osé ni proponerlo en voz alta).

   Victoria, que así había averiguado que se llamaba mi vecina, tras usar mis francamente buenas dotes de investigador privado (miré en el buzón) entraba en cas, se desanudaba la bata y me empujaba con suavidad contra el sofá, mientras se recorría con la lengua el labio superior. Cuando me recreaba con el tacto de sus largas uñas sobre la cinturilla de mi pantalón, un estruendo sordo me despertó. A esa explosión le siguió otra, y otra. Las judías siempre le hacía ese efecto retardado; cualquiera diría que mi esposa anunciaba con fastuosas tracas que se iba de vacaciones, llevando a Julian y Evita con ella..

   (Julian y Evita son nuestros dos retoños; en otras circunstancias echaría mano a la cartera para enseñarle a usted las fotos, pero no tengo fuerzas. Estoy abatido).

   Si le he de decir la verdad, reconoceré que esa mañana no me molestaron ni los pedos; si para Eugenia era un día de fiesta, para mí suponía la más grandiosa de las celebraciones posibles, la más deseada desde hacía un mes, cuando logré convencerla de que fuera ella sola, que era una tontería que no fuese a la playa por el hecho de que yo, precisamente ese fin de semana, tuviera que resolver en Madrid un asunto inaplazable. "Sí, ya lo sé, yo también lo sentía, pero gracias a peqeños esfuerzos como ese podíamos disfrutar todos de...por ejemplo las vacaciones, y otros caprichos. Y por fin, hoy iba a cambiar mi apellido Segura por el de "Rodríguez".
   Procuré olvidar que me había jodido un sueño maravilloso, quería disfrutar con detenimiento mi éxtasis interior.
   Me levanté con ella, le ayudé a hacer las maletas, desperté a los chicos y le insistí como catorce veces de que no se preocupase por nada.
   (La última fué especialmente peligrosa, cuando aseguró antes de cerrar la puerta "que no se irían, que esperarían todos para poder ir juntos": Gracias a Dios quedó en un amago):

   La última de las advertencias fueron las mujeres. Es cierto que siempre me han gustado, pero es que para Eugenia yo debñia ser un ligón empedernido, un putero compulsivo; siempre olía supuestos perfumes en mi ropa y presuntas manchas comprometedoras, aunque la verdad es que no me comía una rosca y las dos o tres experiencias de "noches locas" junto a mis compañeros (ni decir tiene que con prostitutas) fueron sonados fracasos.
   Cuando el timbre de la puerta sonó, al cabo de quince minutos, pareció como si una mano giganteme atenazara desde los testículos a la garganta. Me observé un instante en el espejo del recibidor antes de abrir; procuré alisar mis cuatro pelos y peiné hacia abajo el bigote. Pero para mi decepción, era mi señora, para recordarme la lista interminable de cuidados para sus plantas: "Nose te olvide regarlas, mézclale el abono cada dos días, bla, bla, bla...". Asentí resignado a cada frase y me despedí (redespedí) con un beso.

   mientras orinaba en el servicio, miré a través de la ventana que daba al patio interior. Justo enfrente seencontraba la de la preciosidad que en sueños me solicitaba sal, y yo no había una sola vista en la que no oteara por ella. La había visto en contadas ocasiones, de refilón, atravesar como una estrella fugaz mi particular pantalla de cine "voyeaur".

(Un último chorrito rebelde tintineó contra el fondo del váter).

   Cuando ví que en la habitación espiada se encendía la luz, me la guardé apresuradamente, como temiendo que ella me pudiese ver.

(Cuatri gotitas más se deslizaron por el interior de mis calzoncillos debido a la premura. "A ver si te la escurres, que tienes los calzoncillos hechos un asco!!. Te los vas a lavar Tú!!". Eugenia.

   Me aposté agachado, cual experimentado vigía y descorrí una esquinita de la cortina. La ví. Tenía medio cuerpo fuera de la ventana y su escueta camiseta, bastante holgada, me facilitaba una visión frontal del bamboleo de sus pechos, mientras tendía una braguita de encaje, negra.

  (Por primera vez desde que me levanteé percibí el sofocante calor que empezaba a hacer, y eso que solo eran lan las siete de la mañana de un domingo de julio).

  La joven continuó tendiendo más prendas para mi goce visual. Cuando finalizó, se giró sobre sí misma deshaciéndose de la camiseta, mostrando una espalda bronceada por completo, sin marcas blancas. Seguro que tomaba el sol sin nada. El pensamiento me excitó sobremanera.
   Animado por la vista y haciendo acopio deun valor digno de un héroe del viejo oeste americano, solo ante el peligro, levanté un poco más la corrtina y entonces, se volvió ofreciéndome a la vista sus dos rotundos encantos. No pude disfrutar delmomento; la rapidez con la que intenté separarme de la ventana, solo logró procurarme un golpe en la cabeza contra la esquina del armario, forzando que mis ojos despreciaran el paisaje para cerrarse bruscamente, acompañando la mueca de dolor que se dibujó en mi cara.
   Cuando volví a abrirlos ví que ella seguía allí, mostrándose sin recato y luciendo una malvada sonrisa. Me guiñó un ojo poniéndose en jarras y yo abandoné casi a la carrera el cuarto de baño. El corazón me latía deprisa. mehabía giñado un ojo. Pero me había visto observándola. Qué verguenza. ¿Ahora qué hago?..
   En fin, cuando logré serenarme minimante, me dispuse a hacerme el desyuno (a punto estuve de provocar una catástrofe, pues puse a hacer el café pero me olvidé el agua.
   Era una diosa. Sin duda.
   Una parte de mi cerebro me aseguraba que se había burlado de mí, aunque la otra me insinuaba que podía ser que yo también le gustase a ella. había jóvenes que perdían la cabeza por hombres maduros...así qué...¿por qué no?, me pregunté en voz alta mientras me abrochaba la camisa sentado sobre la cama matrimonial.

   (Una no intencionada mirada de soslayo hacia el espejo pareció querer responderme, pero yo la aparté de un empujón, haciendo el nudo de la corbata mientras de nuevo me sentís "Yon Guein".

   Si quería comer debería bajar a comprar aalgo precocinado, la cocina no es lo mío, y mientra yo esperaba elascensor, ella cerraba por fuera la puerta de su casa.

   (Ya sé que suena a situación típica de película "serie B", pero no por ello voy a cambiar la historia real).

   la observé mientras buscaba sus llaves dentro de un pequeño bolso de charol negro. Joder, qué cuerpo. Mis ojos ascendieron por sus largas piernas, entreteniéndose un poco en sus redondas nalgas, que se adivinaban a la perfección bajo la fina tela de la minifalda. Una vez regresé al mundo real tan sólo me faltó suplicar en voz alta al ascensor que se diesse prisa para poder tomarlo antes que ella (suponía que el gesto era calificable cuanto menos de poco caballeroso, pero me sentía incapaz de tener que soportar bajar junto a ella) pero la cerradura de su puerta sonó "clack, clack" en el momento en que comenzaba a ver interior del elvador. Sentí el rostro como una granad, me ardía por dentro, pero ya no podía hacer más que sujetar la puerta para permitir que ella entrase. Me saludó con idéntica sonrisa que minutoa antes me había dedicado en la distancia y yo ( no sin esfurzo) logré articular un "buenosdías".
   "¿Vas para abajo?"-preguntó, y yo asentí con la cabeza, tragando saliva mientras la veía pulsar el botón con una de las uñas que me rozaban en sueños. Hacía calor. Mucho calor.
   Lo que ocurrió después aún hoy me parece mentira; en solo cuatro pisoso tuvo tiempo suficiente para confesarme que  efectivamente "le gustaban los hom,bres maduros, hombres de verda, como yo", y para aprisionarme contra una de las paredes obligándome a sentir su agitada respiración bajo la blusa. Para decirme que "le excitaba locamente sentirse espiada" y para convencerme de que esa misma noche fuese a tomar una copa a su casa.
   Cuando abandonó el ascensor e hizo volar hacia mí, desde la palma de su mano, un cálido beso, me encontraba atónito.

   (Alguien llamó desde el sexto piso y allí me subieron a mí, que me había quedado paralizado como un imbécil).


   Conté cada minuto de esa tarde, practicamente no comí, me peiné mis cuatro pelos al menos una docena de veces tras ducharme y antes de darme cuenta, me encontraba perfumado y acicalado llamando a su puerta.
   Luego todo fue excesivamente rápido. Bebimos alguna copa (alguna más de la cuenta, quiero decir) incluso me atreví a probar una calada de un cigarrillo de marihuana que lió con maestría. "No pasa nada, y ya verás como te ayuda a desinhibirte...", y fue cierto; me reí como un pelele y me inundó una sensación de euforia que se transformó en profunda excitación cuando hundí mi cabeza entre sus pechos. Los lamí, los mordisqueé, los acaricie y eran duros como rocas. Me confesó ruborizada, en un acceso de timidez, que era la primera vez que lo hacía con alguien más mayor, que era algo nuevo para ella. la tranquilicé y mi mano derecha comenzó a bajar pòr sus muslos.

   (en ese momento, ni siquiera me ofendía ya el rojo chillón de la alfombra que se extendía bajo nuestros pies).

   Y allí, precisamente entre sus muslos, hallé algo tan duro como sus tetas (o más). sonrojé, intenté irme, pero sus uñas en mi cintura (y esta vez no era un sueño) me convencieron de lo contrario. Retozamos. primero yo encima, más tarde ella. Me descubrí a mí mismo reconociendo en voz alta "que era la primera vez que lo hací" y que eso "era nuevo para mí".
   Pasé los siguientes catorce días visitándola a diario. Con ojeras. Sin afeitar.


   Cuando Eugenia regresó estuvo a punto de solicitarme el divorcio a causa de la muerte de todas sus plantas por falta de agua, y me obligó a jurar que no había aprovechado el quedarme solo para ir con mujeres. Le juré por mi honor y por la salud de nuestros hijos que no. Y pareció darse por satisfecha.

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